Según el manual rancio de las protocolarias de la institución de #EnvejecerConDignidad —esas que creen que deberían conformarse con aplaudir desde la grada, porque el centro del escenario ya no le pertenece—, agradecer si alguien la mira.
Y si no la miran, también. Yo tengo una filosofía muy sencilla: Lo que no puedes cambiar, suéltalo y ríete de él. Porque ¿cuál es la alternativa? ¿Amargarte? ¿Te imaginas dándonos palo y lograr lucir más jóvenes? Estaría pues de primera y a la cabecera de un nuevo movimiento. JAJAJAJAJA.
Y hablemos de lo que nadie quiere decir en voz alta: La edad no te anula. TÚ te anulas cuando eliges ropa que parece castigo divino, cuando llevas un peinado que pide clemencia, y una apariencia desaliñada con la excusa de: “¿Pa’ qué me voy a arreglar si esta vejez no tiene reversa?”
¿Quieres pruebas? Mira a esas mujeres que, con 60 o 70 años, entran a un lugar y TODO el mundo se voltea. ¿Es porque parecen de 30? No. Es porque tienen presencia. Y eso, lindurita, no se compra con bótox. Eso se construye trabajando una imagen fuerte, poderosa y con un trís de rebeldía. Sabiendo lo que tengo. Aprovechando lo que me queda. Potenciando lo que ya no va a volver. Y ayudándome hasta donde más pueda, sin caer en ridiculeces. Porque el tiempo pasa, pero mi estilo no tiene por qué irse con él. Eso sí sería imperdonable. Porque el estilo no es solo la ropa.
Es cómo caminas, cómo hablas, cómo entras a un cuarto. Es el statement silencioso de una mujer que dice: “Sí, tengo años, y también tengo algo que tú no puedes copiar: soy yo. Soy única.” Así que, en vez de pelearnos con el paso del tiempo, hagamos las paces con el espejo (empiezo yo, lindurita) … pero sin rendirnos. Porque no podemos evitar envejecer, pero sí podemos decidir cómo nos vamos a ver haciéndolo.
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