YO SÍ PREFIERO SER ARTIFICIALMENTE BELLA… QUE NATURALMENTE FEA

 Sí, lo dije.

Porque la palabra “natural” se volvió una excusa peligrosa para justificar el descuido, y la cirugía, un pecado mortal que solo se perdona si se hace en secreto y con anestesia moral incluida.Negar el poder de la imagen es como negar el oxígeno.

Entendí temprano que la belleza —esa que abre puertas, deja huella y a veces salva el día— también se puede crear. Con inteligencia, criterio y sin perder el alma en el bisturí.

Yo fui la niña más gordita del colegio. Tan gordita que me decían la gordita de Carrusel (eso solo lo entiende mi generación 😅). Usé freno de caballos (sí, brakes por cinco años), copete de Alf hecho en casa, y no sigo porque lloran de la risa… pero yo, que lo estaba viviendo, créanme: no tenía nada de gracioso.

Por eso no me gusta la cara clonada ni el cuerpo moldeado por moda.

Soy la presidenta del consentimiento estético.

De la intervención con conciencia.

Del derecho a mejorarse sin tener que esconderlo ni justificarlo.

Porque ser “natural” no te hace virtuosa.

Y ser artificial con criterio… puede ser una forma de amor propio.

¿Cuál es la verdadera belleza?

La que se nota cuando entras.

La que eliges tú.

No la que te imponen.

Yo he invertido en mí.

En tratamientos, en cremas, en toques sutiles, y en decisiones grandes.

Pero más que en mi apariencia, he invertido en mí. En no tenerle miedo a brillar. A ser YO.

Y si para brillar más me tengo que hacer más cosas, pues les digo, linduritas:


HASTA QUE DIOS QUIERA.

HASTA QUE YO QUIERA.

Y HASTA QUE LA CHEQUERA AGUANTE.

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